El futuro de los niños es siempre hoy. Mañana será tarde». Esta reflexión, atribuida al escritor alicantino Gabriel Miró, adquiere todo su dramatismo cuando hablamos de menores en situación de riesgo o desamparo. En la Comunidad Valenciana, 4.102 niños han requerido medidas de protección por parte de la Generalitat, 1.427 en la provincia de Alicante, 2.199 en la de Valencia y 476 en Castellón. Son víctimas de abandono, malos tratos, y ambientes relacionados con las drogas, la delincuencia o la indigencia, entre otras circunstancias adversas. La Conselleria de Justicia y Bienestar Social se hace cargo o bien de su tutela -situación que se produce cuando el menor es declarado en desamparo y se suspende la patria potestad-, o bien de su guarda. En este último caso, aunque los niños hayan pasado a ser responsabilidad de la Generalitat por voluntad de los padres, siguen conservando la patria potestad.
A falta de familia propia, es la Conselleria la que se encarga de velar por su cuidado, educación y bienestar a través de varios recursos. Uno de ellos es el ingreso en un centro de protección de menores. 1.255 niños están viviendo en estos momentos en alguno de ellos. No es la opción más recomendable, ya que la Administración prefiere que los menores en situación de vulnerabilidad puedan crecer y desarrollarse en un ambiente familiar. Otra opción es el acogimiento en casa de los abuelos, tíos, algún otro familiar directo o una persona allegada. Un total de 2.281 niños, más de la mitad de los menores con medidas de protección, han encontrado acomodo en este tipo de acogimiento. Se la considera la mejor alternativa, pero en algunas ocasiones no es conveniente, y en otras no hay nadie que quiera o pueda hacerse cargo de su crianza.
Hay un tercer recurso que se sustenta gracias a la existencia de personas con un inusual grado de solidaridad y sensibilidad. Se trata de las llamadas familias educadoras, o lo que es lo mismo, personas dispuestas a compartir con ellos su hogar, su tiempo y su vida cotidiana. Y no solo eso. También asumen que un día no muy lejano se marcharán. La mayoría se irá en adopción, otros con algún familiar que decide hacerse cargo de su cuidado, y los hay que, si las circunstancias cambian, volverán con sus padres biológicos. La Comunidad Valenciana cuenta en la actualidad con 575 familias educadoras, de las cuales 196 viven en la provincia de Alicante, 345 en la de Valencia y 34 en Castellón.
34 despedidas
En función del tiempo de permanencia, existen básicamente tres modalidades de acogimiento familiar: de urgencia, simple y permanente. El de urgencia pretende dar una respuesta rápida a la necesidad de acogida de menores que acaban de ser separados de su entorno familiar, y no hay suficiente información para evaluar el caso y adoptar la medida de protección más conveniente. El acogimiento simple también es siempre de carácter transitorio, pero no tiene el componente de emergencia del anterior. Se mantiene normalmente hasta la reinserción del niño en su propia familia o mientras se adopta otra medida de carácter más estable como puede ser, por ejemplo, la adopción. El permanente, sin embargo, supone en la mayoría de los casos el cuidado del menor hasta su mayoría de edad o hasta su independencia. Suelen tener más edad, lo que puede dificultar su adopción, y carecen de un entorno familiar al que poder volver.
Magnolia Murcia lleva trece años de experiencia en acogimiento de urgencia. Tiene dos hijas biológicas que contaban con 5 y 7 años en el momento en el que se convirtieron en familia educadora. Hasta la fecha han pasado por sus vidas un total de 34 niños de acogida. «Cuando me enteré de esta posibilidad me impactó. Decidimos intentarlo y nos enganchamos hasta el día de hoy. Durante todos estos años he tenido niños desde un día de vida, y la mayor que me han traído tenía 5 años. Siempre los he acogido con la misma ilusión. Ahora me han dado un bebé de días y cuando lo vi se me pusieron los pelos de punta de la emoción», relata. Por cosas del azar, Magnolia cuidó hace un tiempo a una hermana de este recién nacido. Con cinco meses, fue acogida por una prima suya que aceptó cuidar de ella.
En muchas ocasiones los ha tenido de dos en dos. De hecho, en estos momentos tiene al recién nacido y a una niña de 3 años. A pesar de haber sido tantos, los recuerda a todos y asegura que el cariño que sintió por cada uno de ellos continúa. «Cuando llega el día de la separación es duro, pero desde el principio sabes que no son para ti, y lo asumes. Lo único que quieres es que los nenes estén bien». La mayoría de los menores fueron dados en adopción o volvieron con sus padres. A veces el contacto continúa, como ha sido el caso de un niño rumano que retornó a su país. Después de siete años, sigue hablando con él y con su madre a través del 'skype'. Pero también recuerda, por ejemplo, a unos hermanos africanos a los que cuidó durante más de un año. Al final volvieron a su país, pero no tiene ninguna noticia de ellos. Es lo más habitual. Y lo saben.
En la Comunidad Valenciana, según datos de la Conselleria de Bienestar Social, hay un total de 576 niños extranjeros con medidas de protección, de los cuales 461 están en situación de tutela y 115 en situación de guarda. La mayoría de ellos llegaron a España acompañados de algún familiar, pero 192 vinieron solos.
Magnolia asegura que piensa continuar hasta que la edad se lo permita. «No imagino mi vida sin ellos» afirma. Y la emoción le hace callar.
Acogimientos múltiples
Alicia Sirvent es educadora infantil. En su trabajo conoció a un niño que estaba en acogimiento y en ese mismo momento supo lo que quería. «Pensé: 'esto es lo mío'. Lo tuve claro», afirma. Esperó a tener una mayor estabilidad con su pareja, porque la decisión es compartida, y cuando llegó el momento - hace ahora seis años- entró a formar parte del registro de familias educadoras de la Conselleria de Bienestar Social.
Tal y como establece el protocolo de actuación, asistieron a los cursos de formación y pasaron las entrevistas personales que forman parte del proceso de evaluación. «Solo comprueban que llevas una vida normal. No está relacionado con tus recursos económicos. De hecho, cuando nos dieron a nuestro primer niño vivíamos en un segundo piso sin ascensor en un bloque sin urbanización», relata Alicia. Se prestaron a ser familia educadora en todas las modalidades de acogimiento, y muy pronto los técnicos de Conselleria les llamaron con una propuesta. «Te hablan del niño, de sus circunstancias, y te dan tiempo para decirles si aceptas o no porque la decisión siempre es tuya. Cuando accedes, el primer paso es ir a conocer al niño al centro de menores o al piso tutelado donde suelen vivir los pequeños que se dan en acogimiento simple o permanente», explica.
Su primera experiencia fue el acogimiento simple de un niño de ocho años. Ha simultaneado todas las modalidades de acogida. Por urgencia ha atendido en cinco años a 13 menores. La mayoría son recién nacidos, con un periodo máximo de estancia de seis meses. Lo que se pretende es que estén lo menos posible en situación de provisionalidad. Solo se quedan mientras les buscan un recurso más estable. Pero, además, Alicia ha ido intercalando este tipo de acogimiento con los otros de mayor periodo temporal y más edad de los menores. Por eso casi siempre se le han juntado dos.
«Yo aparezco en sus vidas un tiempo y luego desaparezco. Cuando se van, te mentalizas de que ese es el mejor final. Piensas que por fin van a tener unos padres y una vida normal que les ha llegado un poco más tarde que a los demás, pero que al fin han acabado teniéndola. La despedida no es momento para la pena. Tiene que ser feliz para todos. El momento de la pena es otro. Y solo tuyo. Pero enseguida piensas que el siguiente niño te está esperando, y que merece la misma fuerza e ilusión con que acogimos al anterior», afirma. En la actualidad tiene una niña de 5 años en acogimiento permanente.
No siempre se dice adiós
Susana Pujadas es trabajadora social. Está soltera, y desde hace tres años tiene a un niño en acogimiento permanente. «Cuando llegó tenía 6 años y medio y al principio le costó adaptarse. Normalmente son niños que tienen una historia detrás muy dura. Él, por ejemplo, estuvo viviendo con su tía un año, pero le devolvió. Yo no tengo necesidad de que me cuente su historia. Si quiere hacerlo, le escucharé, si no quiere contar nada, que no lo haga. Es su decisión», afirma con rotundidad. Susana cuenta que al principio la llamaba por su nombre de pila, hasta que llegó un día en que le oyó decirle «mami». Su historia, aunque corta, le ha dejado un retraso de dos años con respecto a los niños de su edad, pero Susana cuenta que se encuentra plenamente integrado en el colegio porque sus compañeros son muy protectores con él. «Todos vienen con algo», relata con un ligero aire de tristeza.
El niño mantiene el contacto con sus abuelos biológicos, a quienes visita de vez en cuando. No es habitual que en estos encuentros también esté la madre de acogida. Lo normal es que le recoja un educador, le acompañe hasta donde se produzca la visita y después le lleve de regreso. Pero en este caso, Susana no solo está, sino que tiene una excelente relación con los abuelos. «La situación es un poco extraña. Él pegado a mí todo el tiempo, mientras sus abuelos nos hablan y nos preguntan cosas. Pero se le ve feliz», relata. Cierto día, en uno de esos encuentros, la abuela al despedirse le dijo: «Ya me puedo morir tranquila porque sé que está contigo».
El acogimiento permanente no es una adopción. En su caso es difícil que se produzca un reagrupamiento familiar. Pero la posibilidad, aunque remota, siempre está ahí. Susana es consciente de ello. «Si se tuviera que ir, le acompañará siempre una parte de mí, y yo me quedaré con todo lo que me ha dejado. Nosotros les damos muchas cosas, pero ellos nos dan mucho más. Ese tiempo que habrá sido nuestro no nos lo quitará nadie», apunta con una seriedad que parece destilar cierto temor. O quizás lo contrario. Asegura que para ella es como si fuera su hijo. Y para él, ella es su madre. No olvida ni un solo día decirle que la quiere.
(La Verdad Alicante)