DANIEL VIDAL ENVIADO ESPECIAL | MADRID
Pasa después de las grandes tragedias. De los millones de lágrimas de dolor que surgen tras un terremoto como el que resquebrajó Haití en mil pedazos hace dos semanas, algunas se acaban transformando en lágrimas con el sello de la alegría. En historias con final feliz.
Los protagonistas de la última se llaman Rafa, Ana y Esther. Tres niños haitianos que sobrevivieron al peor seísmo que ha sufrido el continente americano en los últimos años, gracias a que el orfanato en el que se encontraban aguantó en pie después de que la tierra temblara y redujera a escombros gran parte de la capital, Puerto Príncipe. Los tres pequeños esperaban en esa institución a que sus respectivos padres adoptivos, todos ellos murcianos, terminaran los trámites pertinentes para completar el proceso de adopción y pudieran ir a buscarlos, tras más de dos años de gestiones. Pero con el terremoto todo el camino andado se vino abajo ante el temor de que los papeles hubieran desaparecido o que -mucho peor- a los niños les hubiera pasado algo. La responsable del orfanato, una pieza clave en esta historia, decidió sacar a los niños de la residencia, que amenazaba con derrumbarse, y organizar su viaje a Estados Unidos para ponerlos a salvo. Tras saber que sus hijos habían logrado escapar del infierno en el que está sumido Haití, Rafa y María José; Javier y Ana y Francisco y Ascensión pusieron fin al miedo y a la incertidumbre y emprendieron un viaje que les llevó a finales de la semana pasada a Pittsburgh (Pensilvania) donde, por fin, pudieron respirar aliviados gracias a los abrazos de sus pequeños. Un abrazo que les llenó de tranquilidad y que les cambió la vida para siempre.
Dos días después de ese encuentro en Estados Unidos, las tres familias atravesaban, ayer, una de las puertas de la Terminal 1 del aeropuerto de Barajas, pasadas las once y media de la mañana. El sueño de estos padres se había convertido en realidad y sus sonrisas y sus lágrimas así lo certificaban. En ese mismo instante, los cientos de flashes de las cámaras de fotos y las decenas de periodistas que les aguardaban provocaron que los ojos del pequeño Rafa, el primero en pisar suelo español, se abrieran casi hasta el infinito. Unos ojos negros y enormes que trataban de asimilar un alboroto radicalmente diferente al que había dejado en su país natal. Acto seguido, Rafa se queda mirando la grabadora del periodista, la coge con sus pequeñas manos y la observa con una expresión de absoluta sorpresa. Es su 'regalo' de bienvenida a un 'mundo' que le dará, según su madre, María José, «seguridad y tranquilidad» para crecer.
Posteriormente, los tres matrimonios acudieron a la embajada haitiana en España para formalizar los pocos trámites que quedan y allí se reunieron con la embajadora de Haití en España, Yolette Azor Charles, quien aseguró que las administraciones españolas «han facilitado la tarea para finalizar estas adopciones».
Tanto a María José como a su marido, Rafael, y a las otras dos parejas, Javier y Ana y Francisco y Ascensión, les costaba expresar lo que sentían después de tantas horas encerrados en un avión. Pero no hacía mucha falta. Sus ojos, sus sonrisas, hablaban por ellos. Según Rafa (padre), «después del nacimiento de mis otras dos hijas, esto es lo más grande que me ha pasado nunca. Estamos encantados, estamos fenomenal; es un momento para guardar». Desde Murcia, las dos hijas del matrimonio, de 16 y 11 años, esperaban noticias desde Barajas. «Están expectantes con su hermanito pequeño. Ya nos han llamado dos veces y están deseando verlo».
Pero las hermanas de Rafa no son las únicas que, en tan poco tiempo, se han vuelto 'locas' con el crío. «La gente en Pittsburgh nos paraba por la calle y le compraban muñecos; ha sido todo muy intenso». Sobre lo primero que harían cuando llegaran a casa, Rafa fue claro: «Descansar. Después, agilizar lo máximo posible los trámites que faltan, porque Rafa todavía es haitiano».
También pedían descanso a gritos Javier, Ana Isabel y su hija Bedeline, que pronto se llamará Ana. La madre explicaba que «cuando vi andar a mi hija en el hospital de Pittsburgh me emocioné. Los han tratado muy bien. Ahora queremos que vea su habitación, sus cosas y que descanse, porque está muy cansadita», aseguraba mientras le colocaba a su pequeña un abrigo rosa.
Entre la algarabía de emociones, periodistas y curiosos se dejaban ver los primos de Bedeline (que pronto se llamará Ana), Alejandro y José, que disfrutaron mucho más viendo por primera vez al nuevo miembro de la familia que con unos zapatos nuevos. Puro nervio provocado, simplemente, por pura alegría. «Hemos pasado dos años, desde que empezamos los trámites, llenos de incertidumbre y de tristeza por no poder tenerla con nosotros. Y con el terremoto fue lo peor. Pero ahora estamos felices», aseguró Ana.
Por su parte, Ascensión hacía verdaderos esfuerzos por contener las lágrimas, aunque esta vez fueran de júbilo. Con su hija Esther en brazos y con Francisco, su marido, a su lado, esta madre orgullosa y entusiasmada explicó a los periodistas que «cuando nos enteramos del terremoto lo pasamos fatal porque en la tele lo veíamos todo caído y el orfanato es más endeble que el resto de edificios. Pero cuando supimos que estaban en Pittsburgh respiramos aliviados y nos tranquilizamos porque sabíamos que estaban bien y el encuentro fue muy emocionante. Lloramos todos menos los niños. Esther ya nos conocía y cuando nos vio nos dijo: 'papá blanc, mamá blanche'. Ahora sólo queremos llegar a casa, enseñarle su habitación y que conozca a su hermana».
Una historia con final feliz que no ha hecho más que comenzar.
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